Augusto Ocampo tenia 20 años cuando estaba a punto de recibirse de medico, cuando estallo la guerra su padre que era un militar retirado lo alisto para que se enfrente en la batalla.
Augusto pelio en Brasil hasta que un día recibió un tiro en la pierna y tuvo que volverse, su padre estaba muy avergonzado ya que decía que un tiro en la pierna no detenía a los valientes, para el colmo de esto la escuela de Medicina había cerrado.
Apenas se curo Augusto pidió un translado. Le dieron el puesto en una lejana fortaleza llamada Protectora Argentina.La fortaleza quedaba cerca del mar, casi en la frontera con los pueblos indígenas.
Augusto acepto, aunque le faltaban 2 materias y no estaba seguro de ser buen medico.
En abril, embarco y después de 2 días de navegación, en capitán grita llegamos a Bahía Blanca, cuando llega a la fortaleza Augusto casi se desmallo: era un cuadrado de manzana de casitas de adobe.
Ala mañana siguiente una vos chillona lo despertó era un niño de ojos grises con tez blanca, se llamaba Javier estaba cautivo de los indios y lo habían recuperados los soldados.Augusto lo miro, y acepto que se quedara trabajando para el y durmiera en el dispensario.
La vida de Augusto se organizaba lentamente, atendía a los enfermos, después iba al cuartel y revisaba a los soldados.Aunque se aburría mucho. El pensaba que Rivadavia tenia razón, "que esta gente de las provincia eran ignorante".
A la noche mientras cenaba con Javier. Augusto le preguntaba cosas cuando estaba con los indios y se dio cuanta que el niño extrañaba esos días que estaba con los indios.
A la madrugada tocan la puerta, eran soldados que traían uno de ellos muy enfermos no le encontraron que era solamente encontraron unas manchas alrededor de la cintura.
El enfermo seguía empeorando un día Javier se fue y Augusto pensó que lo abandono, pero al rato volvió con una muchacha que era india que tenia en su mano un sapo y les dijo eso es culebrilla frota la saliva que este sapo por su cintura 3 veces al día, Augusto como la vio convencida no le dijo nada.
Luego de tantas dudas Augusto paso la saliva del sapo por en salpullido y el soldado sano.
Desde ese día Augusto dejo de pensar que toda la gente de las provincia eran ignorantes, después de cada cena con Javier iban a visitar a la joven indígena e intercambiaban sabiduría.
Cuento de Laura Avila
Gracias por leer besos!!
Verónica.